lunes. 29.04.2024

Se sorprendió, por no decir que se asustó, cuando vio su sombra. Él, un orgulloso senegalés, tan oscuro como su propia sombra, había sido un adelantado a su tiempo. Hoy, en su vejez, tenía una posición acomodada que en verano le permitía venirse a la verde Moya a disfrutar de parajes más frescos que el caluroso Madrid.

Fue ahí, en su casa de vacaciones, donde oyó, hace algunos veranos, una historia de los indios americanos. Y es eso lo que parecía que veía ahora en el suelo, la sombra de un indio con plumas pegada a sus pies.

Recuerda con nitidez la historia, por eso, sudoroso, levanta la cabeza, mira al frente, y ve un puente de madera que cruza el alto y, en otros tiempos, caudaloso barranco. La historia cuenta que, al morir, los indios debían cruzar un puente hacia la otra vida, y que eran los animales que habían tratado en ésta, los que decidían si podían pasar o no.

No lograba contener sus lágrimas, ni su destino, porque, sin darse cuenta, avanzaba hacia el puente, o éste se le acercaba a él. Mientras no hacía más que preguntarse: «¿Qué ha pasado? ¿Cuándo he muerto?». Y ahí estaban, a ambos lados, los animales con los que se había cruzado a lo largo de su vida.

A la derecha, sus mascotas: perros, gatos, pájaros, tortugas, y algunos caballos. Todos habían sido bien tratados y aprobaban su llegada al puente, animándole a cruzar hacia la otra vida.

Sin embargo, a la izquierda había un par de vacas, alguna oveja, cientos de conejos y miles de pollos. Todos le abucheaban y no querían que pasara. Ellos habían dado su vida por él para alimentarle, mientras él se divertía con sus mascotas.

De repente, ya no se contuvieron más y se abalanzaron en tromba hacia él. Su propio grito despertó a aquel joven preuniversitario. Ahora tenía otra oportunidad para cuidar a todas las vidas por igual y cambiar su futuro.

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RELATO: ¿Animalista?
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